A quienes amamos el cine, nos parece innegable que es enriquecedor vivir conociendo, y regresando a, la magistral versatilidad de Jacques Tourneur, la prodigiosa y proteica capacidad narrativa de Raoul Walsh, el visionario y absolutamente vigente humor de Charles Chaplin, el deslumbrante perfeccionismo de Stanley Kubrick, la deliciosa y sutil ironía de Ernst Lubitsch, las poliédricas y sugerentes narraciones de Otto Preminger, los hallazgos formales y líricos de John Ford, el vitalista humanismo nada melifluo de Frank Capra, la inigualable elegancia y sensibilidad de Max Ophüls, o la vibrante mixtura entre espectáculo y discurso personal de Alfred Hitchcock, por poner sólo algunos ejemplos de cineastas cuyas obras protagonizan “Un piano suena mejor cuando se ha tocado”.

Pasión, además de sobrado conocimiento, es lo que desborda este libro, concebido desde el amor al arte cinematográfico, que logra transmitir, en cada capítulo, muchas de las virtudes de obras imperecederas que han dejado huella en la experiencia vital de cada uno de los autores. Mientras sigan existiendo libros como este, y mientras sigamos recordando y (re)pensando el cine como una carrera de relevos y no como un producto coyuntural de pronta caducidad, seremos más ricos y más analíticos, y estaremos mejor preparados para orientarnos en la inmensidad audiovisual del presente.

Del prólogo de Alejandro Díaz Castaño a “Un piano sueña mejor cuando se ha tocado. Cincuenta (más una) películas para una noche de verano”.