Fernando Cuesta (Gijón, 1955).
No pasé de las rodillas de mi santa madre en los Campos Elíseos (los niños más pequeños no pagaban su localidad) a la ardiente oscuridad de la última fila sin un dilatado período transitorio… En esos maravillosos años fue forjándose mi cinefilia impenitente, en butaca de patio o las más de las veces en delantera de entresuelo o “gallineru”, por elementales razones de presupuesto, al mismo tiempo que me arruinaba la vista delante de un vetusto televisor en blanco y negro de diecinueve pulgadas, devorando con fruición sesiones de tarde y de noche. Disfruté el espectacular “Todd-Ao” del Robledo y el Jovellanos, formé parte de la bulliciosa grey infantil del Ideal, aspiré la sórdida humanidad del Goya y el Albéniz, y también me beneficié de los bonos-descuento del llorado Brisamar, templo cimadevillense del “Arte y Ensayo” situado junto a la primitiva “Paradiso”. Y, por descontado, fui animal de Cineclub antes de convertirme en grabador compulsivo en Beta y VHS. Hoy continúo erre que erre, fagocitando imágenes sin tasa, aunque ahora en formatos menos épicos y más íntimos…